El
nombre del escritor uruguayo no suele estar relacionado, a diferencia de sus
colegas connacionales más conocidos, con el fútbol. Sus aficiones por dicho
deporte no suelen ser tan claras, pero solían producir en él una extraña
fascinación que lo invitaba a ir al estadio. Este aspecto de la vida de Onetti
lo sabemos por una serie de cartas publicadas entre él y el pintor y crítico
argentino, Julio E. Payró. En dichas misivas se revela la serie de trabajos que
tuvo el escritor en una etapa de su vida: peón de albañil, portero de un
edificio, vendedor de máquinas de sumar y de neumáticos, pintor de paredes y
vendedor de entradas de fútbol. Es también en ellas en donde podemos apreciar
al escritor referirse a su experiencia de mirar cómo el balón va y viene a lo
largo de la cancha a través de sus grandes y siempre distinguibles anteojos: “frente
a mí, el pueblo; encima mío, el orgulloso mástil donde flameará la insignia de
la historia, las gloriosas tardes de 4 a 0, 4 a 2 y 3 a 1, la gloria entre
aullidos, sombreros, botellas y naranjas”; “me voy para el Stadium a fin
de crearme una sensibilidad de masas, multitudinaria y unanimista”. Al igual
que mucha de la gente que nació y creció en los lugares pertenecientes al Río
de la Plata, el fútbol se presenta como una instancia ineludible a las
vivencias de sus habitantes y esta situación no hizo una excepción en la vida
de Juan Carlos Onetti. Es por eso que podemos encontrar en su obra, aunque de
manera un tanto marginal, alguna que otra referencia hacia el juego de la
pelota; particularmente, en El astillero, una de sus novelas más conocidas.
Publicado en 1961, El astillero concluye la saga que alberga las obsesiones y las actividades de Larsen, el personaje que esteraliza tanto esta novela como Juntacadáveres, las cuales conforman una de las muchas historias que transitaron y dieron vida a las calles de Santa María. A propósito de dicha localidad, la cual se ubica en algún sitio próximo al Río de la Plata, pero que no tiene un referente geográfico preciso, como tampoco lo tiene el Macondo de García Márquez, el condado Yoknapatawpha de Faulkner o el Wandernburgo de Andrés Neuman; sin embargo, aun siendo poblados que tienen sus cimientos en la imaginación, su proximidad con la realidad hace inevitable que aspectos de la misma se vuelvan tan necesarios que incluso tengan que ser incluidos en los relatos que hablan sobre los hechos ficticios que acontecen en esos lugares. De este modo, y hablando particularmente sobre Santa María, al emplearse un recurso literario que pretende, entre otras cosas, nutrir de la mayor cantidad de elementos posibles las exigencias y consideraciones que un escritor tiene para crear una dimensión distinta, pero igual de compleja que la realidad, es como el fútbol hace su aparición en el universo narrativo rioplatense de Juan Carlos Onetti.
Es
así como en un momento de la historia en que Larsen va camino al astillero para
reunirse a comer con sus compañeros de trabajo, que los recuerdos de su vida
anterior comienzan a merodearlo; aparecen entonces las reuniones donde
circulaba alegremente el alcohol, los nombres de sujetos que el propio Larsen pronunció
y olvidó, las distintas mujeres con las que habrá llegado acompañado mientras
atravesaban la cortina de murmullos de sus compañeros de juerga. A partir de
este último punto dicho personaje se quedará reflexionando, rememorando los
tiempos en que su máxima aspiración era convertirse en un macró. La realización
de este fin es lo que lo llevó a Santa María y lo que finalmente provocó
que lo terminaran expulsando de la provincia en la primera parte de la
historia, cuando era conocido despectivamente como Juntacadáveres. Cinco
años después, Larsen volverá para intentar encumbrarse, ahora como gerente
general de Jeremías Petrus S.A., la compañía propietaria del astillero que se
encuentra en ruinas y sujeta a un proceso de quiebra. Pero mientras “se decide”
el futuro de la compañía, los empleados Kunz y Gálvez, así como el dueño de la
misma, Jeremías Petrus, involucrarán a Larsen en un siniestro juego en el que
ellos han estado participando desde mucho antes de su vuelta a Santa María.
A
la par de su cargo como gerente general, Larsen entabla relaciones con la hija
del dueño, Angélica Inés Petrus, a la cual visita después de su jornada de
trabajo en el astillero con el firme propósito de casarse con ella para heredar
en un futuro la compañía y el patrimonio de la familia. A raíz de un encuentro
en el que finalmente Larsen logra besar a Angélica Inés, encuentro durante el
cual la manera en cómo se llevó a cabo el acto lo deja perplejo, como si
realmente no fuera él quien hubiera tenido el control de la situación, provoca
que se quedé ensimismado y reflexivo. Mientras Larsen rememora innumerables
encuentros, cantidades inimaginables de rostros pertenecientes a hombres y
mujeres, en una de esas juergas alguien se atreverá a reanudar la conversación,
silenciada ante la llegada de él y de su acompañante, para decir “es
problemática la inclusión de Labruna”. ¿A quién se refiere exactamente este
personaje? Se refiere a una de las leyendas de River Plate, el delantero
argentino Ángel Labruna, uno de los máximos ídolos y referentes que ayudó a
forjar la exitosa historia y el palmarés del conjunto millonario durante la
década de los 40’s.
Angelito,
como también era conocido, formó parte de la delantera de la famosa Máquina,
conjunto que en su momento era considerado como el mejor del mundo, ya que
consiguió levantar, teniendo un estilo de juego ofensivo y vistoso, diez
títulos oficiales en la década de los 40’s. Algunos expertos del fútbol han
señalado que la Máquina de River fue el germen de lo que en otros
tiempos fueron el Equipo de Oro, la selección de Hungría de los 50´s, y
la Naranja Mecánica, la selección neerlandesa de los 70´s. Además de su
exitosa carrera como futbolista, nueve títulos de liga y distintas copas
nacionales e internacionales, Ángel Labruna también fue director técnico del
equipo millonario en la época en que el mediocampo lo compartían Norberto
“Beto” Alonso, Juan José “JJ” López y Reinaldo “Mostaza” Merlo; una de las
alineaciones más recordadas en la historia del conjunto bonaerense. En el
banquillo de River, Labruna conquistó seis títulos de liga, lo que lo convierte
en uno de los personajes más importantes del club junto con Ramón Díaz y
Marcelo Gallardo; quienes le dieron glorias al equipo millonario tanto en su
etapa de jugadores como de entrenadores.
En
fin, que todo lo dicho anteriormente rodeaba en esos tiempos la figura y la naciente leyenda de Ángel
Labruna, por lo que su mención en la novela de Onetti no resulta problemática,
sino todo lo contrario. La inclusión del fútbol en El astillero, como lo puede
ser también la inclusión de las cuestiones sociales y políticas, mediante el recurso de la localidad
ficticia, lo coloca como uno de los rasgos más característicos de los países del
Cono Sur de Sudamérica; y, por lo tanto, podemos entender que todo intento por
condensar en un solo lugar los aspectos de la vida que habitan y circulan por
el Río de la Plata, tendrá necesariamente que terminar por mencionar al fútbol
como un elemento constitutivo de la realidad uruguaya y argentina.
Escrito por Carlos Ríos
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