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miércoles, 22 de diciembre de 2021

LAS EDADES (Y LAS RAYAS ROJIBLANCAS) DE ALMUDENA

“El Atlético me recuerda al Conde de Montecristo, al Capitán Ahab luchando con la ballena, a Dante… Es un equipo literario porque representa valores como la resistencia, la supervivencia o la terquedad”.

En cinco días se cumplirá un mes del fallecimiento de la célebre escritora española, Almudena Grandes. Reconocida dentro del mundo literario, así como en el cine, debido a las adaptaciones que se hicieron de novelas como las edades de Lulú, Malena es un nombre de tango, los aires difíciles, entre otras; lo cierto es que ella también es conocida dentro del universo del fútbol, ya que era una seguidora declarada del club de su ciudad natal, el Atlético de Madrid. No hace mucho, precisamente en la casa del equipo colchonero, se llevó a cabo un minuto de silencio para reconocer a quien tantas veces visitó el Vicente Calderón, el recinto anterior en donde jugaba el Atleti. Pero la afición de la escritora madrileña no se redujo solamente a asistir al estadio o a ver los partidos por televisión; en múltiples entrevistas, así como en su obra escrita, podemos encontrar incontables menciones al equipo de sus amores. “En mis libros siempre me ha gustado darle protagonismo a los personajes supervivientes: la mujer fatal, el aventurero solitario… La verdadera hazaña es sobrevivir y me gusta que sean resistentes, que no se rindan. Son virtudes que se identifican con el Atleti”. A pesar de que el fútbol no fue un tema central en la obra literaria de Almudena, pese a que podemos encontrar alguno que otro relato, sus historias situadas en el régimen franquista, en el entorno familiar o en las complejas calles españolas, comparten similitudes con el mismo.

De este modo, podemos ver a sus personajes encarnar los valores que ella le atribuía al Atleti, pero también artículos y columnas en donde el tema central sí era el fútbol. Este año, a propósito de la onceava liga ganada por el conjunto rojiblanco, escribió en el País una breve reflexión sobre su pasado y su relación con el equipo del Cholo. Comenzando con sus abuelos, su padre y su madre, la columna que lleva por título Bendiciones va describiendo el entorno familiar de Almudena, teñido irremediablemente por la pasión futbolera que despierta el enemigo principal de los merengues en suelo madrileño. La comprensión que ella tenía del estado emocional de los aficionados adeptos al Atleti se hace notar cuando dice que “pese a todo, contra todos, hemos vuelto a coronar una montaña, hemos conquistado una nueva escalera, hemos subido el trono de Neptuno para acunarnos amorosamente en su regazo”. Y cuando Almudena emplea el “hemos”, no se refiere a que ella estuviera físicamente en la cancha o en el banquillo del estadio Wanda Metropolitano; cuando utiliza este verbo lo hace para entremezclarse, para fundirse, con Diego Pablo Simeone, el escultor de los últimos años de gloria del equipo colchonero. Es claro, tanto para los seguidores del club como para los que no lo somos, de que el grupo comandado por el Cholo cuenta con un espíritu de lucha, entrega y solidaridad; convicciones que se identifican con el sentir de la afición, y del que de algún modo Almudena termina por abogar en su columna, finalizando la misma con un agradecimiento (un abrazo a uno de los suyos) para el técnico sudamericano.

Sin embargo, si en sus escritos no literarios la escritora habla de fútbol con la perspectiva que brinda la madurez, en los literarios se da el permiso de narrar desde otras edades. Es así como aparece en Estaciones de paso un relato llamado Demostración de la existencia de Dios, una historia que sitúa a un chico de quince años llamado Rafa, quien antes de un clásico madrileño se pone a conversar con Dios en sus pensamientos, tratando de descifrar si realmente se puede probar su intervención en la realidad, y de ser así, a favor de qué lado de la balanza actúa la propia divinidad. El texto comienza así: “Mira, Dios, ésta es tu última oportunidad, te lo digo en serio, y te lo digo ahora, cuando está sonando el himno, y luego viene el rollo de las fotos, y eso… Después, cuando empiece el partido, ya no hay trato. Quiero decir que ya no se puede cambiar, o sea, que lo que tengas que decidir, que lo decidas ahora, bueno, yo me entiendo, y tú también, ¿no…?” Sentado en la sala frente al televisor, con la cara pintada con franjas rojas y blancas, y mirando el juego junto a su padre, Rafa García comienza el hilo de sus pensamientos pidiéndole al creador que le conceda una victoria, sin goles en contra, a los colchoneros en el clásico de Madrid. Inmediatamente, esta petición queda derrumbada con la primera anotación de los merengues, situación que comienza a generar dudas al personaje respecto a lo que a él le han enseñado que es conversar con Dios. Sin embargo, a pesar del desencuentro inicial, el hijo de los García persiste en su afán, en el deseo que ha requerido a la divinidad; mostrando incluso cierto cuidado y pudor en la clase de pensamientos que tiene y en la manera en cómo se comunica con su interlocutor. En las oraciones que van surgiendo poco a poco en la cabeza de Rafa, puede advertirse el entorno que lo llevó a aquella plegaria, a veces más parecida a un reclamo o a una exigencia. El clima del hogar se encuentra ensombrecido y destrozado por la reciente pérdida de Ramón, el hijo mayor de la familia; quien, tras enfrentarse a un tratamiento de quimioterapia, así como a un trasplante de médula ósea en el cual participó el propio Rafa, termina falleciendo a causa de leucemia.

Como el propio personaje va mostrando conforme se desenvuelve la historia, la muerte de su hermano no es lo que lo orilla a distanciarse de Dios, sino la indignación y el dolor que le provoca la desgracia ajena. “Porque yo, desde luego, de los vuestros no soy, ya lo sabes… Desde lo de Vallecas”. Un hecho transmitido por televisión, un atentado provocado en los 90’s por la organización nacionalista ETA, es lo que conduce a Rafa a negar la existencia de todo orden superior y de la divinidad. Es en las escenas que aparecen del barrio madrileño donde el padre identifica a un conocido oriundo de aquella localidad, y al ver que su papá rompe en llanto, Rafa comienza a preguntarse sobre todo lo que se ha dicho del Dios cristiano. Pero los hechos de la vida del personaje le irán generando una especie de visión, de clasificación, entre quienes asume como “los suyos” y quienes llama “los otros”, entre los que tienen todo lo bueno en la vida y los que tienen que sobreponerse a las adversidades que les ofrenda la misma, entre ser madridista/culé y ser del Atleti. Mientras se va develando la interioridad del chico, el relato ofrece la vida después de la muerte de Ramón, con unos padres extraviados, fuera de todo lo que alguna vez habían visto Rafa, y su hermana menor, Mónica. En ese ambiente de derrota, incertidumbre y condena, transcurre el partido en la casa de los García, con un marcador que poco a poco se irá abultando a favor del club de Chamartín. Uno tras otro, los goles comenzarán a definir la manera en que Rafa se dirige a Dios, le proporcionará paulatinamente la certidumbre que ni sus padres ni su entorno le pueden brindar. El paso del ateísmo al de un creyente rencoroso es el que el personaje transita durante los minutos del encuentro. “El mundo está lleno de asesinos, dictadores, torturadores, fascistas de mierda, terroristas que ponen bombas en barrios como Vallecas y su puta madre, que salen por su propio pie de operaciones a vida o muerte a los 80 años, y mi hermano se murió a los diecisiete de una leucemia después de un trasplante de médula que no le prendió” […] “¿Por qué no le prendió la médula a mi hermano? Pues porque tú existes”. En retrospectiva, Rafa observa los acontecimientos de su vida y va conectando punto por punto hasta llegar a la conclusión de que la existencia de Dios es cierta, ya que el cúmulo de desgracias que viven “los suyos” no puede ser obra de la simple casualidad.

Con la claridad que se requiere para hablar de la adversidad, y muchas veces también de la derrota, las palabras de Almudena, ficticias o no, dieron vida a lo que constituye el sentir de todo aquel que se identifica con los colores del Atlético de Madrid. Ya fuera dentro de los espacios concedidos en medios de comunicación o en los lugares más ocultos de su imaginación, la escritora madrileña recreó de una y mil formas los valores que para ella parecen estar condenados a confrontarse hasta el fin de los tiempos: la comodidad ante la precariedad, la fortuna frente a la desgracia, la justicia contra la arbitrariedad, el sí contra el no. En ese escenario de lucha es donde Almudena, con quince o con 60 años, bajo su nombre o bajo el de alguno de sus personajes, manifiesta parte de sus obsesiones y les brinda un cauce, una salida combustionada por la rebeldía, la fortaleza y la resistencia. Ante lo irremediable que puedan parecer las situaciones cotidianas, ante la constante negativa que parece esgrimir la realidad en la vida de cada una de las personas, las palabras finales de Rafa abaten cualquier límite que se impone a nuestro paso: “por si después de todo resulta que existes, quiero decirte que te tengo calado, que ya sé quién eres, y con quién vas, porque siempre vas con los mismos, con los ricos, con los militares, con los terroristas que ponen bombas en barrios como Vallecas, con el Barza, y con el Madrid… ¡Ah! Y otra cosa. Escúchame bien. Ahora más que nunca ¡Atleti, Atleti, Atleeeti…!”.

 

GRACIAS Y HASTA SIEMPRE ALMUDENA

 

 

            Escrito por Carlos Ríos

 

 

 

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