La
literatura tiene muchísimos ejemplos de aproximaciones entre ella y el fútbol.
Algunas de esas interacciones se deben a la afición y simpatía que despertó
este deporte en los escritores, los cuales han narrado situaciones relacionadas
al mismo en sus relatos, otros lo hacían por la necesidad de ilustrar circunstancias
de la cotidianidad que se escenificaban en el contexto del fútbol, y otros,
simplemente porque querían hablar de un suceso en particular. Es en esta última
clase de interacciones que encontramos, quizá, a la primera de las ficciones
que se escribieron sobre el fútbol. Digo “quizá” porque es difícil, y hasta
fútil, conocer y afirmar categóricamente que algo ha sido lo primero en haberse
realizado, pero podemos partir de que, dentro de cierta tradición literaria,
Horacio Quiroga fue uno de los iniciadores de la ficcionalización del fútbol.
El escritor uruguayo escribió en 1918, un año después de publicar sus célebres Cuentos
de Amor de Locura y de Muerte, un breve relato titulado, Juan Polti,
half-back; el cual narra la historia de un mediocampista de Nacional que,
tras “gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria”, decide quitarse
la vida al enterarse de que no volverá a ser titular con el cuadro del Bolso.
Basado en un hecho real, el suicidio de un jugador charrúa en la década de los
10’s, la ficción de Quiroga apareció publicada en Atlántida, una editorial
argentina, dos meses después del acontecimiento.
En cuanto a los hechos detrás de Juan Polti, half-back, el texto toma el fatídico final de Abdón Porte, un futbolista que pasó a formar parte de la historia de Nacional, uno de los clubes más grandes del paisito, precisamente por la forma en cómo decidió terminar, aunque también podemos decir comenzar, con el resto de sus días. Conocido en las canchas como “el Indio”, Abdón nació en 1893 en Durazno, Uruguay. Tras crecer al mismo tiempo que el deporte traído por los ingleses industriales, el cual iba comenzando a florecer en el país sudamericano, Abdón soñó con dar su vida por el fútbol. Fue así como debutó en un cuadro de la capital, Colón, para después ser transferido al equipo Libertad, y, finalmente recaer en el Club Nacional de Football. Con el Tricolor tuvo sus mejores actuaciones, destacándose como un medio de contención que, se dice, tenía un gran despliegue físico y un buen juego aéreo. Entre 1911 y 1918, Abdón disputó 207 juegos con la camiseta de Nacional y ganó varios trofeos, entre los que destacan cuatro campeonatos de liga, cuatro Copas Competencia, cinco Copas Honor, entre muchos otros; además de formar parte del plantel de la selección uruguaya que conquistó la Copa América 1917. Las buenas actuaciones, que dicen los que lo vieron jugar, le otorgaron a Abdón la cinta de capitán y los aplausos del público. Sin embargo, en 1918 las cosas cambiaron para él. La pérdida de la titularidad por la baja de juego que tuvo es una cuestión que no termina de quedar clara entre quienes se han referido a los últimos meses del futbolista: unas fuentes se refieren a que, sencillamente, su nivel de juego no era el mismo que había tenido en temporadas anteriores; otras indican que una lesión en un partido, un clásico ante Peñarol, lo fue marginando de las canchas y de la calidad futbolística que tenía en otros años; otras indican que mantenía cierta intermitencia en sus actuaciones, destacando incluso que su último encuentro lo jugó a un gran nivel. Sea cual sea que haya sido el verdadero motivo, la Comisión Directiva de Nacional decidiría utilizar en los siguientes partidos a otro jugador, Alfredo Zibecchi, para cubrir la demarcación del mediocampo del Gran Parque Central.
El
paso del saberse sustituible, mediante la decisión de la directiva, a pisar por
última vez el terruño que tantas veces Abdón defendió con todas sus fuerzas, es
algo que se encargó de relatar, a manera de ficción, el excepcional escritor
uruguayo. El texto comienza así: “cuando un muchacho llega, por a o b, y sin
previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la
gloria, pierde la cabeza irremisiblemente. Es un paraíso demasiado artificial
para su joven corazón”. Las primeras líneas del escrito de Quiroga nos dejan
ver un aspecto recurrente en su obra, el tema de los paraísos artificiales.
Podemos mencionar algunos cuentos como una estación de amor, el
solitario, la gallina degollada o el almohadón de plumas; los
cuales ponen ciertos ideales en el centro de la narración, tales como el amor,
la belleza, la familia o el matrimonio. En estos relatos se advierte el anhelo
desmedido de los personajes por existir en la idea que ellos ansían, en el
paraíso que ellos mismos han escogido. Sin embargo, conforme avanzan los
párrafos, se descubrirá que los habitantes de esas ficciones se encontrarán
amenazados en su deseo, ya que la idea en que ellos se han empeñado en existir,
pronto se verá asediada por las pulsiones humanas, enfermedades mentales,
criaturas salvajes o, en el caso de Juan Polti, por la finitud física a
la que está condenado todo lo que vive y existe. Una vez que la desgracia
comienza a asomar sus ojos para reunirse con los personajes, podemos atestiguar
la negativa absoluta por reconocer todo lo que no sea la idea a la que ellos se
han aferrado con su propia vida. Es en el marco de esta obstinación, de esta
ceguera, que se llevará a cabo lo irremediable, y bastará un pequeño tamborileo
de dedos por parte de la realidad para que ese constructo en que tanto se han
empeñado, se estrelle suavemente y termine por hacerse pedazos la idea en que
creían existir los pobladores del universo literario de Quiroga.
“La gloria lo circundaba como un halo. -El día que no me encuentre más en forma, decía, me pego un tiro. Una cabeza que piensa poco, y se usa, en cambio, como suela de taco de billar para recibir y contralanzar una pelota de football que llega como una bala, puede convertirse en un caracol sonante, donde el tronar de los aplausos repercute más de lo debido”. Conforme avanzamos en el relato, podemos encontrar los elementos descritos anteriormente en los otros cuentos de Quiroga: la idea en que vive el personaje, la imposibilidad del mismo de existir fuera de los límites de esa idea, así como la amenaza que poco a poco va ciñéndose sobre el ideal del protagonista. Resulta intrigante la advertencia en lo referido al “caracol sonante”, ya que esa circunstancia de vacuidad que describe el autor, no se refiere a otra cosa sino a la peligrosidad de concebir una idea distinta a la que Polti se ha adherido por completo y que le permite al mismo entregarse de lleno a la realidad. Sin embargo, bastará que en ese horizonte de gloria aparezca la decadencia, y ante ella, la continua negativa a admitir que el físico de un futbolista no está exento de las reglas del deterioro y del desgaste, para que su destino cambie por completo. Si la idea que nos mantiene firmes en la realidad se va, comienzan entonces a germinar otro tipo de pensamientos, mismos que pueden terminar desembocando en la nada.
El
suicidio de Abdón Porte aconteció el cinco de marzo de 1918 en el medio del campo
del Gran Parque Central, el sitio donde tantas veces él había luchado como una
fiera para hacerse del balón en posesión del rival. Existen distintas versiones
sobre los días previos al terrible suceso: algunas se refieren a que su último
partido se jugó el tres de marzo y que, tras una charla al día siguiente en
casa de su hermano, decidió tomar la decisión final cuando le escuchó decir a
este que él podía seguir sirviendo al Bolso desde otro sitio; otras
indican que su última actuación se habría realizado el cuatro de ese mes, y que
posterior al festejo del triunfo que realizó el equipo, Abdón se dirigió al
estadio en la madrugada para pegarse un tiro en el lado izquierdo de su pecho. Esos
días, así como los pensamientos que merodearon en su cabeza, son cosas que no
sé si en algún momento lleguemos a saber, y que quizá sea mejor no conocerlas.
El relato de Quiroga es uno de los tantos senderos que pueden recorrerse en la
penumbra que antecede al final voluntario de una vida, sendero que el escritor
uruguayo supo describir como una de las consecuencias que acontecen cuando una
persona pierde el sentido que tiene sobre la realidad y la vida. A pesar del
halo de terror que rodea el nombre de Abdón Porte, estos antecedentes no han
hecho sino engrandecer su figura, al grado de que los seguidores del Bolso
suelen colgar trapos en las gradas con la insignia “por la sangre de Abdón”, así
como que el propio club construyó una tribuna para rendirle tributo. Esta
efervescencia, aunado a las imprecisiones en los hechos de su vida, permitieron
que la leyenda del half-back que dio su vida por Nacional se consolidara.
Cuando encontraron su cuerpo fulminado, descubrieron dos cartas: una dirigida a
un familiar y la otra al dirigente deportivo del club, José María Delgado. En
esta última misiva, Abdón escribió unos versos, sus últimas palabras, para el
equipo de sus amores:
“Nacional aunque
en polvo convertido
Y en polvo siempre
amante
No olvidaré un
instante
Lo mucho que te he
querido
Adiós para
siempre”.
Escrito por Carlos Ríos
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