Hace un año, la UEFA dejó fuera al Manchester City de competiciones europeas por violaciones al Fair Play Financiero, solo para que la resolución del Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) le permitiera jugar la Champions League al año siguiente. En un partido entre el Hoffenheim y el Bayern München, los seguidores del Der Bayerische Riese insultaron al dueño del equipo rival, Dietmar Hopp; provocando que en los últimos minutos del juego, los futbolistas de ambas escuadras terminaran el encuentro en actitud pasiva, pasándose la pelota entre ellos como gesto de disconformidad ante la actuación de la afición del Bayern. El común denominador entre estos dos eventos no es más que la búsqueda de una competencia más equilibrada.
La paridad entre los equipos de fútbol no solamente afecta el desempeño de los propios clubes, sino que también repercute en el espectáculo. Ejemplos del poco o nulo equilibrio de fuerzas entre los miembros de una liga, los podemos encontrar en muchos lugares, incluyendo el Viejo Continente. A muchos no les gusta ver la liga francesa, porque rara vez es una muestra de algo distinto en cuanto al desempeño y la posición de sus clubes en los sitios de la tabla general. Por lo regular, en los últimos años causa mayor sorpresa el saber que el PSG perdió contra algún equipo modesto, que saber que ganó por goleada ante cualquier adversario de la Ligue 1. Parte de la emoción del fútbol es la incertidumbre, el no saber qué va a pasar; es ese grado de sorpresa y asombro lo que llevó a la gente a emocionarse por ver ganar al Leicester City o al Montpellier, en lugar del Manchester City o el Paris Saint Germain.
El fútbol es un producto y, queramos o no, debe ser tratado como tal. Piensen en cualquier servicio o producto con el menor número de proveedores que puedan encontrar (Telcel o ahora CFE). Nadie les puede ganar, y no tienen incentivos en mejorar, porque no se sienten amenazados ante la entrada de nuevos competidores en sus mercados. Cuando este clima de no-competencia se consolida en un área comercial, lo más común es que no se permitan más actores que los ya existentes. Quieras o no, si no hay más, lo vas a consumir, pero cada vez te va a gustar menos y el producto va a empeorar. En el fútbol pasa igual. Si viéramos al Real Madrid jugar en la Tercera División de Panamá (o el país que quieran), tal vez te emocionarías la primera vez, pero después te dejaría de interesar. Es el mismo efecto de ver a Hulk Hogan ganar y ganar y ganar y ganar. El producto es malo porque no participan más actores, es bastante desigual. Lo que sucede en una competencia inequitativa entre las empresas en los otros mercados también sucede con los clubes de fútbol; los equipos poof se van y entonces se cumple el sueño de Miguel Herrera de jugar interescuadras, porque no va a existir conjunto que le puede ganar.
El acaparamiento de jugadores por los equipos más ricos ha sido la pesadilla de los demás. Por años, este fue el principal argumento que tenían para defender al sistema de transferencias. Las grandes inversiones que han hecho, algunos miembros del club de los millonarios, están cerca de hacer esas pesadillas realidad. Antes de que esto sucediera, el mayor límite contra el acaparamiento de estrellas que existía era el cobro de una cuota de transferencia, incluso por jugadores que no tuvieran contrato vigente con su club. Pero después del caso Bosman, esto prácticamente desapareció y la “agencia libre” entró, y con fuerza, al mercado laboral del fútbol mundial. Recientemente se ha tratado de frenar el desequilibrio que empieza a permear en muchas competiciones, con medidas como las cláusulas de recisión en los contratos de los futbolistas y los topes en la compra de jugadores en los mercados de pases. Algo similar ocurrió tiempo antes en Estados Unidos. La NBA estableció la primera medida antimonopólica en el mundo del deporte que no ha resultado ser ilegal. En 1984, la NBA acuerda con los jugadores el límite salarial, el cual vendría a ser replicado en todas las grandes ligas de Estados Unidos, con sus respectivas particularidades. Incluso la MLS la ha adoptado, con la variante que llaman la Ley Beckham.
Otra medida dentro del fútbol la podemos encontrar en la Bundesliga, donde la lucha por la igualdad ha convulsionado a casi todos los equipos teutones. El problema en el partido entre Hoffenheim y Bayern München se da por la controversial regla “50+1”. En 1998, la Federación Alemana de Fútbol (DFB) establece que, si bien las empresas pueden participar en el capital de los clubes, el control debe permanecer entre los socios, entendiéndose como estos a aquellos aficionados de a pie que compran su membresía año con año. De ahí el 50+1, otorgándoles el control sobre las decisiones del club. Las protestas entre los aficionados surgen ante la búsqueda de ampliar los casos de excepción a la medida impuesta por la DFB, que en principio solo ha beneficiado a multinacionales como Volkswagen y Bayern. Sin embargo, otros casos, como el de Dietmar Hopp con el Hoffenheim, han mostrado la tendencia del sector empresarial por modificar la estructura de los modelos deportivos en los equipos de la Bundesliga.
Estas
son las medidas más conocidas, pero no las únicas, otras que se han
implementado son la venta colectiva de derechos televisivos y la repartición
equitativa de los beneficios. Todas ellas tienen sus peculiaridades. El debate
sobre su necesidad está vigente en las ligas que las incluyen. Las ventajas y
desventajas, así como la liga en la que se piensan implementar hacen difícil su aplicación.
Sin embargo, en los tiempos en que existen equipos con un poder económico
incomparable y con un proyecto deportivo que se basa exclusivamente en comprar, es momento de
pensar qué importa más para mantener con vida al deporte.
Escrito por Enrique Macedo y Carlos Ríos
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