José Mourinho vio la primera luz de su existencia en Setúbal, Portugal, en el año de 1963. Desde temprana edad su destino se entrecruzó con el fútbol, su padre, un portero del equipo de su ciudad natal, lo llevaba cada fin de semana a los encuentros de la liga de ascenso, no por nada es hincha del célebre Vitória Setúbal. Más aún, era común que su padre lo llevara a los entrenamientos de la semana, todo ello, con el permiso de la estricta maestra Maria Júlia Carrajola dos Santos, madre de José Mourinho.
Así,
desde sus años de mocedades, José Mourinho se inclinó por el ruedo de la pelota
en el césped, el niño que se iba convirtiendo en adulto decidió abandonar sin
tapujos su licenciatura en Administración para inclinarse por la licenciatura
en Educación Física. Todo esto con la firme intención de tener una herramienta
mínima para poder sumarse como asistente al cuerpo técnico que encabezaba su
padre al dirigir el equipo Rio Ave, equipo que logró su ascenso a primera
división de la liga portuguesa y llegó a una final de Copa de la mano de los
Mourinho.
De
este modo, el joven José Mourinho, desde la dirección técnica, socavaba esa
frustración producto de su impedimento de llegar a ser jugador profesional. En
efecto, su pasión por el fútbol era alimentada por el deseo de saber más sobre estrategia
y formación de escuadras, con la finalidad de apaciguar ese fuego que le privó
de debutar en un equipo del máximo circuito de Portugal, limitación causada por
sus malas condiciones técnicas con el balón en los botines. De tal forma que,
esta inquietud lo llevó a completar su curso como director técnico, el cual se
encuentra avalado por la UEFA.
Al
tener su título como técnico profesional, tuvo la oportunidad de acompañar al
legendario Bobby Robson como su
asistente y traductor por la dirección técnica del Sporting de Lisboa y del
Oporto, dos de los grandes protagonistas de la liga portuguesa. Asimismo,
emigró junto con él al fútbol español para recaer en el Barcelona, equipo que
le permitió conocer el ambiente de uno de los clubes de máximo calado a nivel
mundial, también le posibilitó desarrollar una de sus mejores habilidades: la
de estudiar y escrudiñar al rival. Así, dicha capacidad le permitió asentarse
en la ciudad de Cataluña, a pesar de la partida de su mentor Robson de la
dirección técnica del equipo culé.
Un José Mourinho, empeñado en poder pasar de segundo
entrenador a ser el director titular del Barcelona, trabajó inalcanzablemente
para llegar a serlo. Sin embargo, la directiva del club blaugrana consideró que
el estratega lusitano no cumplía las expectativas para ocupar el puesto porque
su filosofía de juego no cuadrada del todo con los valores del equipo. En
específico, el pecado de Mourinho fue el de no apostar por los diamantes en
bruto de la cantera, ni defender un estilo con el mayor tiempo de posesión de
pelota. Para el portugués, lo relevante era contar con jugadores que
provinieran de distintas partes del mundo que fueran comprometidos con su
entendimiento de juego, el cual consistía en defender cada pelota y formar
todos una amalgama perfecta para ser una defensa impenetrable.
De ahí que, al negarse el ascenso esperado a la dirección
técnica del Barcelona, decide partir de la ciudad de Cataluña para regresar a
su tierra natal. Con un aprendizaje acumulado, pero también lleno de rencores,
Mourinho asume que Barcelona fue una experiencia agridulce que lo marcará para
toda la vida y que aún más, lo llevará a radicalizar más su entendimiento del
fútbol. Entendimiento del balón que convenció a los directivos del Oporto para
ficharlo como su timonel para poner orden a ese equipo irregular, fichaje que
respondió a las ansias y deseos de regresar a dicho club al círculo selecto de
Europa que conquista la Liga de Campeones.
Una expectativa que José Mourinho cumplió con creces,
pues con una plantilla modesta, pero comprometida con su filosofía de juego,
llegó a la cúspide del fútbol mundial. En el 2004, los dirigidos por Mourinho
ganaron la Liga de Campeones derrotando al Mónaco, con tres goles contundentes
que sellaron no sólo el campeonato más importante de Europa, sino que también
pusieron al técnico portugués como uno de los entrenadores más cotizados y
solicitados para dirigir a los mejores clubes del viejo continente.
Asimismo, Mou se ganó la fama de ser un entrenador amante del orden táctico de sus equipos y un fiel creyente de que la psicología
del jugador es mucho más importante que el aspecto físico. No por nada sus
pupilos mencionaron que los discursos que Mourinho dictaba, antes de entrar al
terreno de juego, eran versos similares a los pronunciados por los grandes
oradores de la antigua Roma, los cuales podían hacer vibrar y motivar a cualquier clase de público.
Del mismo modo, su éxito radicó en lograr que jugadores modestos tuvieran la
confianza para realizar grandes cosas y competir frente a futbolistas con mayor
renombre.
Este método le valió de nueva cuenta para alzarse con una
nueva Liga de Campeones con el Inter de Milán, equipo italiano con el que ganó
absolutamente todos los títulos posibles, así como también se ganó el mote de SPECIAL ONE. Un apodo derivado de su
triunfo futbolístico en distintas latitudes, de su visión de juego y su reluciente
arrogancia para dirigir clubes, un apodo que lo exaltó a las nubes y que en
años subsecuentes, lo alejó de sus dotes de juego y lo acercó más a las
polémicas que cimentaba en las ruedas de prensa con los medios de comunicación.
De tal camino que, el Real Madrid, con la necesidad de frenar al Barcelona que apabullaba en cualquier cancha bajo las órdenes de Guardiola y bajo el gran mariscal que representaba Messi, decide contratar al consagrado Mourinho. Una apuesta más por urgencia que por cuestión de estilo de juego. El conjunto merengue decide apostar por el técnico portugués, el cual, acepta la propuesta de dirigir a los madrileños con la finalidad de cobrarse viejos rencores con el equipo de Barcelona. ¡Qué oportunidad perfecta para cobrar venganza se le presento al timonel portugués!
Y así fue, con un estilo de juego defensivo, induciendo a
sus pupilos a disputar el partido con mucha agresividad al filo de las tarjetas
de expulsión, con trazos largos para aprovechar la velocidad de Cristiano
Ronaldo (CR7) y con fuertes declaraciones en prensa sobre las supuestas
“ayudas” al Barcelona, José Mourinho logró lo imposible, frenar la maquinaria
culé. Es más, los clásicos españoles cobraron tal importancia no sólo por el
duelo entre CR7 con Messi, sino también el duelo de tácticas entre Mourinho y
Guardiola.
The Special One logró ganar títulos con el Real Madrid y cimentó al equipo que años más
tarde ganaría tres Ligas de Campeones seguidas. Sin embargo, su paso por el cuadro
blanco durante su segundo y tercer año resultó bastante conflictivo, pues tuvo
fuertes tensiones con los pesos pesados del club merengue, entre ellos estuvieron
Sergio Ramos, pasando por Iker Casillas y concluyendo con CR7. Fuertes
tensiones provocadas por la declaraciones incendiarias de Mourinho a la prensa,
en donde en varias ocasiones señaló a los citados como responsables de
tropiezos y del bajón futbolístico del equipo, sin asumir una muestra de
autocrítica. Actitud que, por demás, rompió la tranquilidad del vestuario de
Chamartín.
Sin más, estas tensiones provocaron una relación insostenible en el club, lo que provocó la salida del portugués del banquillo. De esta forma, quedó pavimentado su regreso al futbol inglés. No obstante lo anterior, el portugués no ha vuelto a brillar, y da más de que hablar fuera de la cancha que dentro de ella. Atrás quedaron esos años gloriosos en que Mourinho era la joven promesa que demostraba que, para dirigir clubes de élite mundial, no se necesitaba pisar un césped de futbol, ni ser jugador profesional; sólo necesitaba una fuerte mentalidad, compromiso y mucho estudio analítico detrás de cancha.
Ante ello, y por todo lo que algún día representó, espero
con ansias que Mourinho regrese a su nivel, y que su nombre vuelva a sonar por
lo hecho en la cancha y no por lo que declara y hace fuera de ella.
Escrito por Alejandro Olvera
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