El uniforme y los botines de fútbol son todo lo que tiene Zé, el protagonista de Abril, en Rio, en 1970. El cuento de Rubem Fonseca termina así, pero cuando la historia comienza con un mediocampista que entrena para el partido del domingo nos damos cuenta que el personaje no dispone de muchas oportunidades, quizá ésa es la razón por la que pisa el terreno de juego. Un comentario respecto a los tipos de escupitajos y su relación con la forma física de los futbolistas, así como las condiciones materiales que Zé observa en jóvenes que juegan polo, se vuelven una obsesión para el protagonista que fantasea con hacer un partido extraordinario para llamar la atención de Jair Rossa Pinto[1], una persona vinculada al club carioca Madureira.
Sin embargo, el joven mediocampista, que tiene un empleo como mensajero y una novia llamada Nely, se la pasa alucinando sobre todo aquello que pudiera llegar a tener si fuera un jugador profesional, incluso seleccionado nacional. Nely percibe el estado de encantamiento en que se encuentra su novio durante la comida, ya que sus macarrones se acabaron rápidamente sin recibir una respuesta satisfactoria por parte de Zé. El extrañamiento de la novia se perfeccionó cuando el futbolista le dijo que ese día no podía quedarse a dormir con ella, entonces vinieron los reclamos “vas a encontrarte con otra mujer”. Para ella no había otra explicación, y las mentiras y la poca habilidad de comunicación de su novio no cambiaron su manera de pensar. Ante la consumación de la desatención sexual y afectiva hacia Nely, los insultos acompañaron a Zé cuando se marchó del lugar.
Llegó
el domingo, un joven huérfano de dieciocho años de edad amanecía intacto en su
condición física para el partido, aunque de por medio estuviera la pérdida de
su relación con su novia Nely. Ese día de juego, Zé apostó todo por conseguir
un lugar en un equipo profesional de Brasil, el sueño le duró 45 minutos. Un sueño
que preservó de algún modo la esperanza de ser seleccionado, pero que por el
transcurso angustioso del encuentro no auguraba un buen desenlace. Y así
sucedió, los goles no tardaron en llegar. El partido se consumía mientras que
la derrota del cuadro de nuestro personaje tomaba forma. Al final, uno de los jugadores
que burló la marca de Zé y sobresalió en el mediocampo, se acercó a hablar con
una persona del público. El protagonista prefirió meterse en el vestuario.
El
final del relato se comprende en el título, la peripecia de Zé nos muestra la
ascensión social que el fútbol le ofrece desde hace décadas a los miles de
jóvenes brasileños. El precio de seguir a línea de fondo la búsqueda de una
oportunidad en un equipo puede ser muy alto, incluso cuando son escasas las
opciones de las que se disponen. Este cuento nos narra esa ilusión llamada
fútbol que recorre las cabezas de multitudes de jóvenes que, en muchos casos,
no se pueden permitir el lujo de pensar más allá del día a día.
Autor: Carlos Ríos
[1]
Jair Rossa Pinto fue un mediocampista brasileño multicampeón con equipos como
Vasco da Gama, Palmeiras y Santos, durante los años 40´s y 50´s.
El relato también hace mención de jugadores de la época
como Jairzinho, Paulo César, Clodoaldo, Pelé y Didí.
0 comments:
Publicar un comentario