La
obra cuentística de Mario Vargas Llosa no suele tener la misma notoriedad que
sí tienen sus novelas y ensayos literarios. A pesar de que Los jefes, su
primer libro en ser publicado, consta de una serie de relatos cortos, el
escritor peruano no cultivó con la misma prolijidad que en su fase novelística
el género del cuento. No obstante su menor repercusión, esta primera fase narrativa
resulta interesante, ya que alberga los elementos primigenios que más adelante tomarán
sus novelas más aclamadas. Es en ese lapso de tiempo, en el despegue de su
carrera como un escritor afamado, poco antes de publicar Conversación en La
Catedral, que sale a la luz Los cachorros.
Los
cachorros es un relato que narra las distintas etapas de crecimiento
de un grupo de niños del Perú, a mediados del siglo XX. El entorno sobre el que
se desarrolla la historia es el mismo que el de los jefes[1], un clima saturado de
violencia física, envidias, chismes, instituciones o figuras de autoridad
despóticas; pero también de camaradería, de unión ante las dificultades que
implica crecer en esa realidad literaria, así como del deporte más popular del
planeta. El fútbol, que también es parte del medio ambiente en que transcurre
la anécdota de Día domingo, pero que tanto en éste como en el cuento
mencionado anteriormente, no pasa de ser un aspecto meramente decorativo, salvo
en Los cachorros.
“Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas, a zambullirnos desde el segundo trampolín del Terrazas, y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces. Ese año, cuando Cuéllar entró al Colegio Champagnat”[2]. Desde las primeras líneas podemos apreciar que el fútbol es parte del ambiente en que niños y jóvenes se encuentran inmersos, pero a diferencia de los otros cuentos mencionados, aquí la acción del relato se verá marcada por el juego de la pelota. En tanto la historia va adquiriendo forma, podemos observar el crecimiento de Lalo, Chingolo, Choto y Mañuco, cuatro estudiantes de un colegio marista en Miraflores, a los cuales se suma Cuéllar, un niño de clase acomodada que acaba de llegar con su familia a vivir al distrito limeño.
Es
precisamente Cuéllar quien se convertirá en Pichulita, debido al ataque que
sufre por parte del perro del colegio. Pero antes de eso, el ingreso escolar
del personaje que será colateral a los cachorros, los cuatro alumnos primigenios de la escuela, el cual comienza a destacarse en las clases, a mostrar la buena
posición económica de su familia y, muy pronto, también a lucir su destreza en
el fútbol. En la primaria de Miraflores en que estudian existe un torneo de
selecciones en que participan los años escolares, y los cachorros pertenecen a un equipo. Motivado por entrar a jugar con ellos el siguiente año, Cuéllar se
entrena al máximo durante sus vacaciones y copia las jugadas que hacen
estrellas del momento como Alberto “Toto” Terry[3]. Una vez que los cachorros
lo han visto mejorar, le piden a uno de los hermanos del colegio que lo incluya
en la plantilla. Cuéllar se hace seleccionado del cuarto grado y se desempeña
en la posición de interior izquierdo, destacándose por “esa cintura, esos
pases, esa codicia de pelota, esos tiros al ángulo”[4].
Para
desgracia suya, y por qué no, también de nosotros los lectores, Cuéllar nunca
llegará a debutar en la competición, ya que Judas, el perro del colegio
marista, lo ataca mientras él y Lalo se están aseando en los camarines de la
escuela. La incógnita que rodea la circunstancia de saber si el animal se
escapó o fue liberado, permanecerá a lo largo del relato. Del mismo modo, el
desenlace de Cuéllar, Pichulita después de las lesiones ocasionadas en su pene,
se mantendrá en un trayecto poco claro respecto a la legitimidad de las
motivaciones que tiene el personaje a lo largo de la historia.
Luego
del suceso, Pichulita mantendrá la misma actitud de querer sobresalir en
cualquier aspecto que involucre capacidad: aprender a bailar mambo, dar los
mejores golpes y caladas de tabaco, correr con pulcritud las olas del mar; pero
en cambio, dejará de interesarse por la escuela, y más adelante, por el
trabajo. Su nueva condición física provoca el solapamiento tanto de los hermanos
del colegio como de sus padres, y Pichulita se concentrará en articular una
imagen envalentonada, indiferente y ensimismada, de sí mismo. En tanto las
experiencias comunes del crecimiento van perfilando a Choto, Chingolo, Mañuco y
Lalo, Pichulita vaga en el oleaje de un sinfín de entretenimientos. Esta disconformidad
se hará patente en el distanciamiento de lo que van siendo los cachorros y en
lo que se va convirtiendo Pichulita.
El
desenlace del empeñoso personaje de Vargas Llosa parece anunciarse con antelación.
Atrás queda el incidente con el perro y también el fútbol, pero Cuéllar,
Pichulita para los amigos, continúa buscando los aplausos de su entorno,
queriendo asumir riesgos de más aun sin tener ya la pelota. Si lo ocurrido con
Cuéllar, legitima o no sus acciones posteriores en las otras partes de la
historia, eso es algo que corresponde definir a cada lector de este relato.
Autor: Carlos Ríos
[1] Escribimos
“los jefes” con minúscula para referirnos al primer cuento, contenido en el
título del libro homónimo, el cual incluye cinco relatos más.
[2]
Vargas Llosa, Mario. Los jefes/Los cachorros. Ciudad de México:
Debolsillo, pág 117, 3era reimpresión mexicana 2018.
[3] Alberto
“Toto” Terry fue un mediocampista y entrenador peruano que jugó durante los
50’s en el Club Universitario de Deportes y el Sporting Cristal, así como en la
selección de su país. Ganó dos Copas del Pacífico con la Blanquirroja y dentro
de sus distinciones individuales están el Mejor mediocampista de la Copa
América 1957 y la consideración popular como uno de los mejores jugadores del
fútbol peruano.
[4]
Vargas Llosa, Mario. Los jefes/Los cachorros. Ciudad de México:
Debolsillo, pág 120, 3era reimpresión mexicana 2018.
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