En
unos días se cumplirá otro aniversario luctuoso del poeta valenciano Miguel
Hernández. Le bastaron 31 años al hombre del rayo que no cesa para
escribir su nombre para siempre en las letras hispánicas. Su obra y su historia
personal han provocado a lectores y críticos, el intercambio entre una y otra se
ha señalado en estudios relativos a él, pero la faceta del poeta Miguel Hernández,
amante del fútbol, que se filtró tanto en sus composiciones como en su vida, es
quizá menos recordada. Tal vez por la brevedad de la pelota en su obra, o tal
vez porque este deporte fue un interés de juventud, lo cierto es que la cancha
y el balón pasaron gustosamente por los pies y por las manos del poeta de Orihuela.
Sabemos
algunos pormenores de Miguel Hernández y el fútbol, como que jugaba en un
equipo que él y otros vecinos de su localidad fundaron, este equipo se llamaba
la “Repartiora”[1],
él se desempeñaba por la banda derecha como un medio/extremo y compuso el himno
para el cuadro del que formaba parte[2]:
Vencedora
surgirá,
porque
lo ha mandado el “Pá”,
la
terrible y colosal Repartiora.
Por
las calles marchará
y
el buen vino beberá
porque
siempre victoriosa surgirá.
En
la tasca habrá de ver
la
ilusión con que al vencer
mostrará
siempre en su cara lisonjera.
Todo
el mundo la verá
bulliciosa
y “descará”
porque
siempre surgirá.
Grande
es la triunfal defensa,
el
Rosendo y el Manolé,
Pepe,
Paco y el Botella,
todos
formidables, saben convencer.
Ya
la Repartiora
vence
con gran poder,
mientras
que el otro llora
por
no poder vencer.
Salta
ya Paná,
brilla
el moscatel,
que
el vinillo está
que
parece miel.
Ya
venció la Repartiora,
su
canción cantando va.
Surge
clara y triunfadora
con
su voz sonora
ya
casi “apagá”.
El
carácter triunfal, propio en un himno, se lee en los vinos que parecen miel, en
las toscas que aguardan a los jugadores oriolanos que acompañan a Miguel Hernández,
en las calles que soportan la marcha de la avasallante “Repartiora”… Sin
embargo, el poeta naciente no se conforma con escribir el himno del equipo y compone
una canción para sus rivales más inmediatos, los Yankes y el Iberia.
NI
EL IBERIA NI LOS YANKES
Nadie
desde ahora en adelante,
ni el “Iberia” ni los
“Yankes”
ni con sus líneas de
ataque
han de poder combatiros
ni el Orihuela F. C.
¡Hurra!
Hurra los repartidores,
los mayores jugadores,
además de bebedores,
en Madrid como en
Dolores,
en el campo ha visto
usted.
Tráiganos ya,
para chutar
y “pa” marcar
el primer gol.
Nuestra delantera,
corta el bacalao.
Hay un medio centro
que no está jugaó.
Para hacerlo bien
hay un interior
que en combinación
marca el primer gol.
¡Anda que te zurzan
ese calcetín,
que por la rotura
te vas a salir!
Tú eres “Yankes”, para
mí,
un suspiro en pantalón
y tú vas,
detrás de mí,
para chutar y marcar
el gol.
¡Anda que te zurzan
ese calcetín,
que por la rotura
te vas a salir!
El
entusiasmo y la confianza se reflejan en la composición, así como la
provocación a los contrincantes de la “Repartiora”. Un mismo tono de triunfo
comparten tanto el himno del equipo del joven Miguel Hernández como Ni el
Iberia ni los Yankes. Su involucramiento en el juego físico y en las letras
de su escuadra dejan en claro su sentir y su emoción al fútbol. Sin embargo, no
todos sus escritos tuvieron palabras de festejo para el juego de la pelota.
En
1931, el poeta de la generación del 27 compuso la Elegía al guardameta,
un poema inspirado en un accidente que sufrió el arquero del Orihuela CF Manuel
“Lolo” Soler[3].
A pesar de que en la jugada real, el futbolista no falleció, en la literatura
su participación en el juego sí terminó por ocasionar su muerte. Aunque en el
poema podemos leer versos de ímpetu como “te sorprendió el fotógrafo el momento
/ más bello de tu historia / deportiva…”, el aspecto funesto del accidente aparece
una y otra vez explícitamente, mientras la ausencia se va solidificando a cada
paso dado por uno hacia la portería del guardavalla caído, hacia el vacío que
deja el término de un héroe cuando la lectura llega al punto final.
ELEGÍA
AL GUARDAMETA
A Lolo, sampedro joven en la portería del
cielo de Orihuela.
Tu
grillo, por tus labios promotores,
de
plata compostura,
árbitro,
domador de jugadores,
director
de bravura,
¿no
silbará la muerte por ventura?
En
el alpiste verde de sosiego,
de
tiza galonado
para
siempre quedó fuera del juego
sampedro,
el apostado
en
su puerta de cáñamo anudado.
Goles
para enredar en sí, derrotas,
¿no
la mundial moscarda?
que
zumba por la punta de las botas,
ante
su red aguarda
la
portería aún, araña parda.
Entre
las trabas que prendió la meta
de
una esquina a otra esquina,
por
su sexo al balón, a su bragueta
asomado,
se arruina,
su
redondez airosamente orina.
Delación
de las faltas, mensajeras
de
colores, plurales,
amparador
del aire en vivos cueros,
en
tu campo, imparciales,
agitaron
de córner las señales.
Ante
tu puerta se formó un tumulto
de
breves pantalones
donde
bailan los príapos su bulto
sin
otros eslabones
que
los de sus esclavas relaciones.
Combinada
la brisa en su envoltura
bien,
y mejor chutada,
la
esfera terrenal de su figura
¡cómo!
fue interceptada
por
lo pez y fugaz de tu estirada.
Te
sorprendió el fotógrafo el momento
más
bello de tu historia
deportiva,
tumbándote en el viento
para
evitar victoria,
y
un ventalle de palmas te aireó gloria.
Y
te quedaste en la fotografía,
a
un metro del alpiste,
con
tu vida mejor en vilo, en vía
ya
de tu muerte triste,
sin
coger el balón que ya cogiste.
Fue
un plongeón mortal. Con ¡cuánto tino!
y
efecto, tu cabeza
dio
al poste. Como un sexo femenino,
abrió
la ligereza
del
golpe una granada de tristeza.
Aplaudieron
tu fin por tu jugada.
Tu
gorra, sin visera,
de
tu manida testa fue lanzada,
como
oreja tercera,
al
área que a tus pasos fue frontera.
Te
arrancaron cogido por la punta,
el
cabello del guante,
si
inofensiva garra, ya difunta,
zarpa
que a lo elegante
corroboraba
tu actitud rampante.
¡Ay
fiera! en tu jauleón medio de lino
se
eliminó tu vida.
Nunca
más, eficaz como un camino,
harás
una salida
interrumpiendo
el baile apolonida.
Inflamado
en amor por los balones
sin
mano que lo imante,
no
implicarás su viento a tus riñones,
como
un seno ambulante
escapado
a los senos de tu amante.
Ya
no pones obstáculos de mano
al
ímpetu, a la bota
en
los que el gol avanza. Pide en vano,
tu
equipo en la derrota,
tus
bien brincados saques de pelota.
A
los penaltys que tan bien parabas
acechando
tu acierto,
nadie
más que la red le pone trabas,
porque
nadie ha cubierto
el
sitio, vivo, que has dejado, muerto.
El
marcador, al número contrario,
le
acumula en la frente
su
sangre negra. Y ve el extraordinario,
el
sampedro suplente,
vacío
que dejó tu estilo ausente.
Escrito por Carlos Ríos