Corría
el verano de 2004 en Chiapas, un estado ubicado en el sur de México. Para la
entidad no era un año cualquiera, ya que se cumplía el aniversario del
levantamiento rebelde del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
Precisamente, 10 años antes, con motivo de la entrada en vigencia, el 1 de
enero de 1994, del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), un
grupo de insurgentes, en su mayoría originarios, exhibían la contracara del
discurso oficial del estado mexicano, ese que decía que nuestro país se
encontraba en la antesala, a tan sólo un paso, del tan anhelado primer mundo. Previo
a ese verano, en abril de 2004, varios altercados entre autoridades municipales
y pobladores del municipio de Zinacantán, gobernado por el EZLN, provocaron el
desabasto de agua potable para los habitantes; quizá debido a esa o a alguna
otra razón que desconocemos, el Inter de Milán decidió arribar a tierras
chiapanecas en ese año para entablar una relación de amistad con las
comunidades autónomas zapatistas. La iniciativa de apoyo surgió del capitán del
equipo, el legendario Puppi Zanetti, quien solicitó a la directiva que
visitase las poblaciones indígenas en el estado sureño. La comitiva italiana nerazzurri,
encabezada por el director organizativo Bruno Bartolozzi, llegó a Larráinzar,
Chiapas con playeras, balones, zapatos para jugar fútbol y un donativo de 5000
euros que el club obtuvo por concepto de multas, por llegadas extemporáneas o
uso de celulares en los entrenamientos, aplicadas a los jugadores del primer
equipo. Este acercamiento entre el movimiento político-social zapatista y uno
de los equipos más grandes del fútbol internacional forjará un vínculo inédito
dentro del mundo del deporte, el cual se nutrirá de más ocasiones dignas de ser
contadas.
El año siguiente a la visita de la comitiva del Inter en tierras mexicanas, el entonces subcomandante Marcos envió una carta para el presidente del equipo, Massimo Moratti, invitándolo a un encuentro entre el club y el seleccionado zapatista de fútbol. En un primer momento, el dirigente nerazzurri aceptó cordialmente la invitación al responder públicamente que “cada revolución comienza en la propia área de penalti y finaliza en la puerta adversaria”, incluso el propio Javier Zanetti llegó a decir en los medios de comunicación que no tenía problema en disputar el encuentro, “estoy dispuesto a ir a jugar a México”. A la aceptación por parte de Moratti y Zanetti correspondió una segunda carta de Marcos en la cual sugería la celebración de una serie de partidos que podrían “revolucionar al balompié mundial”. En ella se detallan pormenores fantásticos como la invitación a Diego Armando Maradona para ser el juez central de los partidos, la participación de Javier Aguirre y de Jorge Valdano como abanderados, así como la colaboración como cuarto árbitro de Sócrates, el mítico mediocampista brasileño; en cuanto a la narración, la carta se refiere a solicitar la intervención de Mario Benedetti y de Eduardo Galeano para llevar, a través de su palabra, los hechos de los encuentros en el idioma español, en la versión italiana se piensa en Gianni Miná y en Pedro Luis Sullo. El tono humorístico en que se escribe y la alusión a un sinfín de situaciones caóticas y personajes pintorescos permite intuir que el líder zapatista no pensó realmente en celebrar los partidos; más bien, extendió un brazo fraternal a la institución deportiva y un agradecimiento por los contactos establecidos, pero incrustó con cierto sigilo algunas cuestiones sociales que provocaban preocupación en esos momentos. Con el ingenio que caracteriza los escritos y discursos de Marcos, la inquietud por saber qué hacer con los ingresos obtenidos por los encuentros, le permitió al mismo poner el ojo en los indígenas desplazados por paramilitares en los Altos de Chiapas, los jóvenes altermundistas encarcelados y los presos políticos, los migrantes latinos en Estados Unidos y los migrantes de diferentes nacionalidades en la Unión Europea, la situación de Cuba y Guantánamo, entre otro tipo de situaciones.
Finalmente,
a pesar de la expectativa y atención de los medios de comunicación en América
Latina y Europa, los encuentros no se llevaron a cabo. Pero eso no significó
que el vínculo entre el Inter de Milán y las comunidades zapatistas se
esfumase. En 2011, posterior a aquel intercambio epistolar entre Moratti y
Marcos, integrantes del club italiano visitaron Chiapas como parte de una serie
de viajes que emprendieron a lo largo de México, ya que Inter Campus cuenta con
3 sedes en el país: una en el estado de Querétaro, otra en la Ciudad de México
y otra más en el estado de Guanajuato. Inter Campus es un proyecto social sin
fines lucro, fundado por el propio Moratti en 1996 para dar asistencia a niños
de comunidades con escasos recursos y a brindar programas de desarrollo y
crecimiento a las poblaciones alrededor del mundo. Durante ese año, la comitiva
interista visitó la sede en Querétaro y la sede de la capital, y terminó su
recorrido en San Cristóbal de las Casas. Al año siguiente, una delegación
estuvo 4 días en los municipios chiapanecos de Ocosingo y Altamirano con cerca
de 220 niños tzeltales y tojolabales. Lo anecdótico de ese convivio fue la
altísima participación de niñas, ya que, en palabras de los relatores, “muchas
han querido ponerse por primera vez en su vida pantalones cortos, sustituyendo
la tradicional falda. Los colores nerazzurri, mezclados con los de sus
vestidos milenarios, han colorido el escenario”. Una interacción posterior se dio en 2015, en
esa visita al Caracol, Torbellino de Nuestras Palabras, participaron
entrenadores de los 3 centros nacionales y personal italiano; la cita concentró
a 310 infantes y duró 3 días. Como en cada una de ellas, algún acontecimiento
aparentemente cotidiano despertó profundas emociones en propios y en extraños;
uno de los relatores diría de esos días “metidos de lleno en la cultura
chiapaneca, los días pasan sin necesidad de prisa, marcados por los pitidos de
los comisionados de educación, que reunían a los educadores y a los alumnos en
el centro del campo”.
La experiencia zapatista del Inter de Milán nos deja ver lo inesperado de un cruce entre 2 entidades aparentemente ajenas entre sí, 2 discursos que se mezclan para hacer una narrativa que reescribe fragmentos de lucha revolucionaria y de fraternidad humana. Existen, inmersas en aquellas letras bordadas con el sudor de las manos mexicanas, partículas que, si llegaran a mostrarse, quizá podrían detener el frenesí y la saturación con que vivimos las personas todos los días; existen también aquellos pequeños espacios de incertidumbre, agujeros semánticos que habitan las palabras que pronunciamos, y que de vez en cuando se aparecen viviendo tan naturalmente la misma realidad que vivimos nosotros. La aspiración del equipo italiano, esa que le permite mirar con los ojos de la imaginación, reside en establecer un mundo sin globalización, un mundo sin fronteras y enriquecido por las diferencias culturales y las costumbres de todos los pueblos. Es en el juego del fútbol en donde convergen las cartas de Marcos y de Moratti, en donde se abrazan los ideales de lucha y autonomía zapatista con los ideales de diversidad y fraternidad interista. Como dice una de las manifestaciones vivas y escritas, grabadas en uno de los múltiples relatos de convivencia entre zapatistas y nerazzurris “el deporte es vital aquí en las montañas y el fútbol no sólo es una disciplina deportiva, sino también una forma de vida, una filosofía que va más allá del campo: la unidad, la humildad, el desinterés, la amistad, el coraje, la generosidad y el respeto a tus compañeros de equipo son algunos de los principios fundamentales. Aquí el equipo y el grupo es más importante que los individuos”.
Escrito
por Carlos Ríos
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