Me encuentro leyendo una frase
adjunta a una publicación en nuestra página de Instagram sobre el primer
entrenador en ganar el famoso sextete, Pep Guardiola, que me regresó a aquellas
épocas cuando perseguía el sueño de ser futbolista. La frase, de forma resumida,
dice lo siguiente: “la herramienta más educativa que yo he tenido ha sido a
través del deporte. Allí he aprendido a aceptar la derrota, que otro es mejor,
a levantarme después de no haber hecho bien las cosas…”. Al leerla, me doy
cuenta que de todas las cosas importantes que aprendí dentro de una cancha de
fútbol, la más relevante fue fuera de ella. Parece poco intuitivo, por lo que,
para agregar claridad al argumento, les contaré la historia de Rubén, mejor
conocido como “el pelón”, y de cómo fue que le “regresamos” las piernas.
Esta historia inicia con la planificación semanal de entrenamientos de un equipo de fútbol. Como funciona normalmente es así: los lunes haces resistencia física, los martes resistencia a velocidad, potencia y un poco de tiro a gol, los miércoles espacios reducidos y técnica individual, los jueves interescuadras y, para cerrar la semana, los viernes ensayábamos jugadas prefabricadas con fútbol-tenis o jueguitos con la pelota. Por ello, los entrenadores nos instruían a utilizar tenis diseñados para correr, para la parte física de los entrenamientos, y zapatos de fútbol (mejor conocidos como tacos o tachones) para los ejercicios que involucraran el golpeo del balón.
Con este diseño semanal, aquel
lejano lunes, Rubén demostró sus capacidades de resistencia física y lideró al
grupo en todos los ejercicios. Se le veía fuerte, resistente y veloz, parecía
que no habría cosa que lo pudiera detener. Pero entonces, llegado el martes, y,
al momento de hacer tiro a gol de fuera del área, nos percatamos que no traía
puestos sus zapatos de fútbol. Quien le haya pegado a un balón con tenis para
correr, entenderá que es complicado ejecutar un cobro de buena manera con el
metatarso del pie para que agarre efecto la esférica, o lo difícil que es
levantar la pelota del suelo, por lo que solo te queda la opción de un golpeo
fuerte y raso. Por esta razón que acabo de explicar, Rubén, ante la falta de
opciones, falló varios tiros, mermando, aunque de forma marginal, sus
oportunidades de iniciar en el once titular del fin de semana.
Llega el miércoles y el jueves y sucede lo mismo: vuelve a utilizar sus tenis para correr en los ejercicios con balón. Es, durante las sesiones de interescuadras del jueves, que me percato ante un resbalón de Rubén, por no tener la indumentaria adecuada para sostenerse con firmeza en el pasto, que hay algo raro. No solo algo raro, estoy casi seguro que sé lo que sucede, por lo que, acabando el entrenamiento, encuentro un breve espacio de cinco minutos para preguntarle a Rubén si de casualidad perdió sus zapatos de fútbol.
Después de mucho forcejeo, me
confiesa que se los robaron, y no solo eso, sino que además no cuenta con los
recursos suficientes para comprarse unos nuevos, por lo que lo único que le
queda es utilizar los tenis para correr que le prestó su padre. El problema
aquí no es solo que se encontraba en condiciones inferiores a los demás para
poder pelear por un puesto titular el fin de semana, sino que sin los zapatos
adecuados, es imposible alinear un partido de fútbol en el torneo que
jugábamos, de la tercera división profesional.
Fue aquí cuando, luego de meditarlo mucho, le platiqué al preparador físico, quien le dijo al entrenador, quien se las ingenió para hablar con el capitán del equipo, quien nos comunicó a cada uno en privado que la intención era que cada integrante del equipo aportara 100 pesos la siguiente semana para conseguirle unos zapatos de fútbol a “el pelón”. Este fue el día que verdaderamente entendí lo que es el trabajo en conjunto. Cada jugador, sujeto a sus distintas restricciones, encontró la manera de obtener el dinero. Algunos tuvieron la facilidad de tenerlo a la mano; otros, como quien escribe estas líneas, se prepararon su propia comida para no gastar en la tienda del colegio; mientras que la mayoría decidieron salir temprano de su casa para evitarse el cobro del taxímetro e ir a entrenarse con el equipo. De esta manera, todos, a su forma y sujetos a su nivel socioeconómico, empujaron en la misma dirección hacia una causa tan noble como permitirle practicar a “el pelón”, de forma digna, el deporte más lindo del mundo.
Es imborrable para mi memoria
el cambio de emociones que presentó la cara de Rubén al abrir una caja con unos
zapatos de fútbol con los colores de su equipo favorito, el Barcelona en ese entonces,
y, con lágrimas en los ojos, decirnos: “me han regresado las piernas”. Sin duda
Pep Guardiola tenía razón, y estoy convencido de que el deporte sirve mucho más
allá del campo, y más de lo que uno mismo cree.
Escrito por Bernardo Romo